I
Corre el año más aciago y terroristas libran batallas a las afueras de París, ahora centro de operaciones de nuestros enemigos. Como cristianos sabemos que no sobreviviremos a la espada bárbara que se cierne sobre el continente.
Nuestros ingenieros han construido pasajes secretos para cuando las huestes de emigrantes fundamentalistas arrasasen la Ciudad Eterna.
Súbitamente los más escépticos descubren que el Credo del Dios revelado a través de Israel, Jesucristo y la Iglesia de Roma no constituye sino el soporte espiritual de una minoría, y que la religión pagana cuenta con millones de adeptos prestos a derramar su sangre por una ciudad de vírgenes y arcas rebosantes de joyas.
Culpo a nuestros políticos y bardos, quienes en aras de la tolerancia han permitido la convivencia de tantos credos que ensalzan el asesinato, el estupro, la poligamia, el robo, la guerra y la destrucción del enemigo. Demasiado tarde comprenden que avalando la barbarie en el extranjero la han patrocinado en casa. Me asombra creer que nuestros patriarcas progresistas hayan comparado nuestros modales con los suyos, concluyendo que su estilo es mas cercano a las leyes de la naturaleza, como si la naturaleza no fuese un conglomerado de universos discordantes y en lucha.
Ya ni siquiera tenemos ejército para confrontar el terror, y lo único que nos mantiene en vilo es la lucha fratricida que libran los invasores de Francia y Alemania en nuestras fronteras. Quien venza se abalanzará sobre nosotros sin resistencia.
No puedo dormir y a menudo siento el filo de la espada sobre mi cuello.
“¡Nuestro Dios es grande!” gritan los francos antes de inmolarse contra las lanzas de sus enemigos, sólo para inutilizarlas y dejar a sus verdugos a merced de sus lanceros.
No les importa perder el doble de soldados en una batalla, pues creen que esclavizando a las mujeres que conquisten repoblarán la tierra.
En Roma los suicidios colectivos abundan. Hace dos días una vecina que vendía pasteles se ahorcó dejando una nota sobre la inutilidad de vivir en un universo incapaz de perdonar.
II
¡Cómo puede cambiar el universo en un sólo día! ¡Alabado sea el Dios creador que con la conversión de un sólo corazón altera la historia con mayor eficiencia que con un ejército! Clovis estaba cerca de perder cuando decidió apelar al Dios de justicia que tanto adoraba su esposa. De inmediato la guerra giró a su favor; los alemanes huyeron y quienes no fueron masacrados fueron esclavizados.
¡El rey del mundo, Clovis I, el látigo de los cristianos, el más acérrimo fundamentalista ha sido convertido a Cristo!
Las noticias han llegado como un vendaval que arrasa con nuestros miedos. Ya varios mensajeros no lo han confirmado. Todos cantan; toneles de vino y cerdos con manzanas han sido puestos en la calle para deleite de las multitudes. ¡Clovis ha vencido a los teutones y avanza sobre nosotros, pero no ya como un rey castigador, sino como nuestro rey legítimo! El Dios de la verdad, la compasión y el amor lo ha tocado y nuestro vencedor no es ya el hereje que todos temimos, sino el primer emperador pagano de la cristiandad.
Cuento de Historia Cifrada